martes, 1 de septiembre de 2020

A 81 años del aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, los retos del sistema Por: Venicia Chang y Ulises Lescure

 

Al cumplirse el 1 de septiembre, 81 años del inicio de una conflagración mundial[1], en la que estuvo implicada la mayor parte de los países del mundo y que tuvo enormes consecuencias militares, económicas, sociales y políticas; en la cual se combatió en tierra (Europa, Asia y África), y en el mar, (en todos los océanos del mundo). Una guerra que entre 1939 – 1945 produjo consecuencias como la destrucción y la devastación europea, la muerte masiva de entre 55 y 70 millones de personas en campos de exterminio y de trabajos forzados por la utilización, por primera vez en la historia de la humanidad, de armas nucleares de destrucción masiva sobre poblaciones civiles (Hiroshima y Nagasaki, Japón)[2] y propició el inicio de la guerra fría (bipolarización del poder), la división de Alemania (Este y Oeste) y el inicio de los procesos de descolonización e independencia.

Los cambios en la sociedad internacional que se han venido gestando, han ocasionado nuevos paradigmas en las Relaciones Internacionales, ampliando así, su campo de estudio; por ello, el marco actual de las mismas y de la agenda global, imponen retos.

Uno de los mayores retos es que el sistema internacional y su principal organización, las Naciones Unidas, (establecidos al final de la guerra) ya no respondan a la realidad actual por lo que se hace imperativo reformas a la misma y cambios del sistema internacional.

La lucha para el  mantenimiento de la paz y la seguridad internacional (frente a las amenazas globales que la puedan afectar a través de enfrentamientos entre países), que los  gobiernos sigan tomando acciones para poder cumplir con las metas establecidas en los ODS[3]; el creciente unilateralismo de las grandes potencias; la democracia frente a los retrocesos; el cambio climático[4], la destrucción del Amazonas[5] y las amenazas al medioambiente; la falta de políticas energéticas concretas que procuren eficiencia, ahorro y sostenibilidad; la seguridad internacional frente al terrorismo; el combate del crimen organizado y el apego, observancia y promoción de los principios del derecho internacional;  la guerra en Siria y Yemen, el conflicto en Oriente Próximo -agravado por la tensión entre Estados Unidos e Irán-, las complejas y múltiples luchas en el Sahel y la guerra olvidada de Sudán del Sur  -que ni la pandemia las ha  detenido-, el abandono de potencias nucleares del Tratado de Desarme y las posibilidades de una carrera armamentística; los nacionalismo extremos,  la migración y de los refugiados como grandes problemas mundiales; la lucha contra la corrupción en todas sus formas, la desglobalización,  la lucha contra la pandemia producida por el coronavirus SARS-COV-2 que provoca la enfermedad COVID-19 y lo que ha significado el cierre de las fronteras de todos los Estados del mundo en esta lucha sanitaria; son claros aspectos que vivimos en la actualidad, lo que conducen a los Estados a redefinir de una manera urgente y de inmediato, sus políticas públicas y por ende su política exterior.

En el ocaso del 2019 cuando aún seguíamos brindado por el nuevo año, las noticias sobre un nuevo coronavirus SARS-COV-2 que provoca la enfermedad COVID-19, se apoderaba de los noticieros por el alto nivel de contagio que estaba presentando y las grandes repercusiones económicas que significaba el sitiar las ciudades y declararlas en cuarentena. Rápidamente la enfermedad avanzaba en todo el mundo y sólo nos ha tocado mirar las acciones de los Estados y de las Organizaciones Internacionales en la guerra mundial contra una enfermedad que nos ha quitado a familiares, amigos, conocidos y que nos aisló completamente.

Frente a todos los retos de la agenda global, es ésta lucha, la que mayor impacto ha tenido, ya que hemos vivido en los últimos 8 meses, cambios drásticos que nos han redefinido como seres humanos y que hemos tenido que asumir. Una guerra nacional e internacional contra el COVID 19, que ha ocasionado a nivel global más de 23,8 millones de casos y más de 819,000 muertes en todo el mundo[6] (RTVE, 2020) y que la cifra en los próximos meses, seguirá en aumento. Los cambios que se han generado nos han afectado de manera directa, desde lo emocional, físico y psicológico. Alta resiliencia hemos tenido que desarrollar para poder seguir resistiendo esta guerra que en muchos hogares ha golpeado con la pérdida de integrantes, con falta de alimentos, de trabajo, de dinero, y que sabemos que aún no vemos el pico de la recesión económica, que todo esto significa. A ello habría que sumarles, las malas praxis de diversos gobiernos que en vez de realizar aportes significativos en la lucha contra el enemigo (COVID 19), se han dedicado a actos que atentan contra los grandes principios de los derechos humanos consagrados como garantías fundamentales en las constituciones nacionales.

La actual guerra mundial contra el Covid19, ha provocado tensiones entre las grandes naciones y lo paradójico es que ya no se trata de la lucha ideológico-política –como se mantuvo durante la guerra fría, por ejemplo- sino de la carrera por el desarrollo científico y biotecnológico para crear, probar, patentizar, desarrollar y comercializar una vacuna que nos inmunice contra el COVID 19. Una carrera que significa un reto al organismo mundial de la salud, a los Estados y demás agencias, para que las normas y los procesos en materia de seguridad sanitaria mundial se respeten, que los Estados puedan disponer de una buena vacuna a bajo costo, con el objeto de proteger el mayor bien jurídico tutelado, la vida.

Ya entre las amenazas globales se preveía la aparición de un nuevo virus que generara una pandemia. Este planteamiento data de hace muchos años antes de que se hablara del nuevo coronavirus. Por no ir tan lejos, en septiembre de 2019, la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación (GPMB por sus siglas en inglés), advertía en un reporte que el mundo no estaba preparado en caso de generarse una pandemia.

Una de las causas atribuidas a la aparición de un nuevo virus, era asociada al cambio climático, al aumento de las temperaturas y al deshielo de los polos, lo cual podría activar virus que han permanecido congelados por siglos. No obstante, la sobrepoblación, sobreexplotación del planeta, la reducción de hábitats naturales, también eran resaltadas como causas posibles. Sin embargo, lo importante a destacar, es que el informe ya advertía que, tomando en cuenta ejemplos como la pandemia de Gripe española de 1918, una nueva pandemia podría matar hasta 80 millones de personas (la Gripe española mató 50 millones de personas, según estimaciones) y podría destruir el 5% de la economía mundial. Estas proyecciones en materia económica, parecen materializarse, esperemos que no así la tasa de mortalidad. Por otro lado, parecía inverosímil tan solo unos meses atrás del brote del nuevo coronavirus, un escenario siquiera parecido. Incluso pese a que venían registrándose epidemias con mucha frecuencia en diversas áreas del globo (Zika, Dengue, Ébola, etc.).

El reporte dejaba claro la necesidad latente por muchas décadas de invertir en salud, ciencia e investigación, en aumentar las capacidades de los sistemas sanitarios estatales y sobre todo socializarlos más, ya que al momento de una pandemia “o nos salvamos todos o perecemos todos”. La salud no puede ser selectiva o al alcance de los más pudientes, de ser así no es efectiva para hacer frente a este tipo de crisis sanitarias de alcance global.

A lo interno de los Estados, la lucha continúa, ya no solo en el sector salud, sino que se centra en otros sectores como el educativo, el agropecuario y los servicios para que se pueda reactivar la economía. El COVID 19 ha puesto en evidencia, aún más, las grandes diferencias de la educación pública vs la educación privada, que hoy podemos hablar de los altos grados de exclusión que la falta de políticas públicas concretas, asertivas y resilientes, ponen en riesgo durante el combate de esta enfermedad y el distanciamiento social, el mejor desempeño académico y el alcance de los que menos recursos y poder adquisitivo tienen, para poder costear los gastos que genera y lo que engendra la educación virtual.  Políticas concretas en materia educativa que incluyan liberar internet para que el ciudadano de a pie, pueda disfrutar de los beneficios que significa que pasen por nuestro país, los cables de fibra óptica que en antaño y en ogaño, han sido presentados como parte de nuestras ventajas competitivas, darle un dispositivo a cada uno de los estudiantes que no puedan costearlo, desarrollar escuelas para padres que contengan contenidos metodológicos, tecnológicos, valores, principios y de ética; son necesarios para poder contribuir en la lucha a corto y mediano plazo y de esta manera impedir que los niños con menos recursos se queden atrás como secuela de esta guerra que hoy enfrentamos. 

La FAO ha advertido que la pandemia causada por el COVID-19 repercutirá́ en un incremento del hambre y la pobreza en los países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Por ello, es necesario que los Estados tomen medidas pertinentes a través de políticas públicas agroalimentarias para que se pueda disminuir el impacto de lo que la crisis podría significar.

 
 
 

En nuestro país la participación del agro con relación al PIB nacional ha bajado en los últimos años, al reducirse de 3.9% en el 2007 a 1.9% en el 2018. Según datos del Banco Mundial, entre 2010 y 2015 la participación de la agricultura en el PIB de Panamá fue, en promedio, de 3.3%, por debajo del promedio de 5.2% de América Latina y el Caribe (ALC) (Durán, 2019).

En el año agrícola comprendido entre el período 1 de mayo de 2017 al 30 abril de 2018, que constituye el cierre del año agrícola, con una cantidad total de 219,817 hectáreas sembradas, de lo cual se cosechó el 96%, o sea, 209,322 hectáreas. Se reportó la pérdida de 2,258 hectáreas. Hubo 209,322 hectáreas cosechadas que involucraban a 60 rubros de seis (6) grupos de cultivos, en donde hay granos considerados básicos como el arroz, maíz, porotos, frijol y guandú, que representan el 50 % de la superficie total. El grupo de cultivos industriales como café, caña, cacao y palma aceitera representa el 30% y los frutales el 17%. Los demás se desarrollan en menor superficie (MIDA, 2018). En lo relativo a la producción pecuaria, en el país, es importante continuar con los aportes e incentivos al sector para que siga produciendo, ya que sus productos y subproductos forman parte de la canasta básica, que cada vez se ve afectada por el alza en los precios producto del alto costo de la producción nacional frente a lo que representan las importaciones.

La actual pandemia, al igual que los estragos causados por el conflicto bélico mundial hace 81 años, requieren de la voluntad de todos los Estados a cooperar para la reconstrucción, esta vez no solo de Europa sino de la Economía global; a crear un mundo más sensato a partir de las lecciones aprendidas, que así como la II Guerra Mundial nos enseñó con luto y dolor, hoy día nos enseña con el mismo método la pandemia COVID 19. 

 

 

Referencias

Alonso, I. (1 de agosto de 2020). Ayuda en Acción. Recuperado el 26 de agosto de 2020, de https://ayudaenaccion.org/ong/blog/ayuda-humanitaria/conflictos-belicos-vigentes-2020/

Comercio, E. (2019 de septiembre de 2019). La Organización Mundial de la Salud alerta sobre una posible amenaza de 'pandemia fulminante'. Recuperado el 31 de agosto de 2020, de https://www.elcomercio.com/tendencias/informe-organizacion-mundial-pandemia-fulminante.html

Corera, G. (25 de agosto de 2020). BBC News. Recuperado el 26 de agosto de 2020, de https://www.bbc.com/mundo/noticias-53895058

Durán, R. (28 de octubre de 2019). Sobre las medidas de apoyo al sector agbropecuario. La Estrela de Panamá. Recuperado el 31 de agosto de 2020, de https://www.laestrella.com.pa/economia/191027/apoyo-sector-medidas-agropecuario

FAO. (2020). FAO. (FAO, Productor) Recuperado el 31 de agosto de 2020, de FAO: http://www.fao.org/fileadmin/user_upload/rlc/docs/covid19/Boletin-FAO-CELAC.pdf

MIDA. (2018). Información General año 2017-2018. MIDA, Dirección de Agricultura, Panamá. Recuperado el 31 de agosto de 2020

Periódico, E. (26 de agosto de 2020). El Periódico. Recuperado el 26 de agosto de 2020, de https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20200826/coronavirus-hoy-26-agosto-7888927

RTVE. (26 de agosto de 2020). RTVE. Recuperado el 26 de agosto de 2020, de https://www.rtve.es/noticias/20200826/mapa-mundial-del-coronavirus/1998143.shtml

 

 

 


[1] Tras la Primera Guerra Mundial (1918), el escenario para Japón se caracterizó porque, en 1922, el Tratado Naval de Washington, le limitó el número de barcos que podía tener, consolidándose así las supremacías navales estadounidense y británica; la ocupación de potencias europeas en Indochina (zona de influencia japonesa bajo control francés), dieron lugar, para que aumentase sentimientos en contra, respecto a cómo, se planteaba el sistema internacional. Ejecutaban una política de expansión, invadiendo China (en 1937); y, una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial (1 de septiembre de 1939), firmaría el Pacto Tripartito (en 1940) con Alemania e Italia (Fuerzas del Eje), convirtiéndose el Pacífico Asiático, en el escenario de la guerra. En 1941, Japón invade Indochina, lo que provocó, que el gobierno estadounidense, le impusiera sanciones económicas, embargos comerciales y restricciones para el consumo del petróleo, medida replicada por Gran Bretaña y el Reino de los Países Bajos. Ante estas circunstancias, el 5 de noviembre de 1941, Japón le declaró la guerra a los Estados Unidos de América y le impuso término para que cesara el embargo petrolero (finales de noviembre de 1941). Ante la negativa estadounidense, el 7 de diciembre de 1941, Japón, lanzó ataque aéreo masivo contra Pearl Harbor (Hawái), lo que provocó que el 8 de diciembre, de 1941, los Estados Unidos de América, le declarara la guerra. Para esta fecha, ya el presidente Franklin Roosevelt, había autorizado el proyecto secreto Manhathan Engineering District (Proyecto Manhathan), en el cual se diseñaron y fabricaron las bombas atómicas (Littler Boy y Fat Man) (Chang, 2019). 

[2] El 6 de agosto de 1945 (Alemania ya se había rendido), se autorizó el ataque nuclear contra Japón. La Littler Boy (uranio 235), fue lanzada sobre Hiroshima, siendo el primer ataque de este tipo, que provocó la muerte de más de 166,000 personas, debido al envenenamiento por radiación y luego producto de enfermedades como leucemia y variados tipos de cáncer. Días después, el 9 de agosto, la Fat Man caería sobre Nagasaki, y provocaría más de 80,000 muertes. El 15 de agosto de 1945, Japón se rindió, ante los aliados (Chang, 2019).

[3] Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son los también conocidos como Objetivos Mundiales, son un llamado universal a la adopción de medidas para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad. Son 17 Objetivos y se basan en los logros de los ODM, aunque incluyen nuevas esferas como el cambio climático, la desigualdad económica, la innovación, el consumo sostenible y la paz y la justicia, entre otras prioridades. Los Objetivos están interrelacionados, con frecuencia la clave del éxito de uno involucrará las cuestiones más frecuentemente vinculadas con otro.

[4] Protocolo de Kioto es un protocolo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que tiene por objeto reducir las emisiones de los 6 gases de efecto invernadero que causan calentamiento global (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonos, perfluorocarbonos, hexafluoruro de azufre.

El Acuerdo de París es un acuerdo dentro de la CMNUCC que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, a través de la mitigación, la adaptación y la resiliencia de los ecosistemas a efectos del calentamiento global.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el número 25 (COP 25) se realizará en Chile del 2 al 13 de diciembre de 2019, en el marco del presente año, en donde se han dado las mayores temperaturas desde que hay registros.

[5] La Amazonía, compartida por nueve países de América del Sur, es la selva tropical más grande del mundo y es una reserva vital de carbono que ralentiza el ritmo del calentamiento global. En ella viven cerca de un millón de miembros de poblaciones indígenas y alberga alrededor de tres millones de especies de plantas y animales.

[6] Datos de cifras al 26 de agosto de 2020.

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